jueves, 29 de noviembre de 2007

Amarás al Señor tu Dios con todo tu ser!

Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?
Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento.
Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.
” Mateo 22:35-40

Muchas veces queremos que Dios nos escuche y atienda nuestras necesidades sin reparo alguno, queremos ver lo sobrenatural y cuestionamos su existencia y la posibilidad de un milagro en las vidas de las personas. Llenamos nuestra cabeza de argumentos que justifiquen nuestros actos, entonces vemos comunidades que se justifican de acuerdo a su propia ley y en muchos casos estas van en contra vía de las leyes de Dios.

Dios habla a los que lo quieren escuchar, a los que se esfuerzan por conocerlo y viven de acuerdo a su santa Voluntad. Dios no es un ser bonachón que justifica al perezoso igual que al esforzado, al orgulloso que al manso ó al desobediente como al obediente. Dios justifica al que se esfuerza por cumplir el primer y mas importante mandamiento de la ley: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” Si este es el mandamiento más importante, esto no obliga a reflexionar sobre su cumplimiento en nuestras vidas. La sociedad en la que vivimos nos enseña que lo mas importante en esta vida es nuestra vida, nuestros sueños, deseos y nuestra voluntad, sin embargo esto es lo que Dios no quiere. Dios quiere que cada uno rinda sus fuerzas ante Él, que todos nuestros planes este el Señor en primer lugar, de tal forma que sacrifiquemos aun lo que nos gusta por agradarlo a Él; a esto se le llama Amor. Pero desde nuestro interior siempre existe la oposición y en una condición de pecado es imposible disponer nuestras vidas al servicio de Dios, por eso Jesús dijo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.” Juan 3:5 
Es necesario nacer de nuevo, despojándose de esa antigua naturaleza de muerte. 

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